martes, septiembre 11

CONDENADO A MUERTE

Condenado a muerte

Fernando Londoño Hoyos. Columnista de EL TIEMPO.

Más columnas de opinión
Otras columnas de este autor
Seleccione columna 15 AGO 2007 - ¿Qué nos pasa? 01 AGO 2007 - Sí son políticos 18 JUL 2007 - El regalo de la palabra justa
Otras columnas hoy
• El pontazgo
Lea otros columnistas
Seleccione Columnista Abdón Espinosa Valderrama Alberto Mendoza Morales Alfonso Carvajal Alfonso López Michelsen Álvaro Valencia Tovar Andrés Hurtado García Antonio Navarro Wolf Armando Benedetti Jimeno Armando Silva Carlos Ball Carlos Caballero Argáez Carlos Castillo Cardona César Jaramillo Claudia López Cristian Valencia Daniel Samper Pizano D'Artagnan Defensora del lector Eduardo Escobar Eduardo Pizarro Leongómez Eduardo Posada Carbó Enrique Santos Molano Fernando Cepeda Ulloa Fernando Estrada Gallego Fernando Sánchez Torres Fernando Toledo Florence Thomas Guillermo Santos Calderón Jaime Castro Jorge Barraza Jorge Restrepo José Obdulio Gaviria Jotamario Arbeláez Juan Camilo Restrepo Juan Carlos Echeverry Juan Carlos González Juan Pablo Bocarejo León Valencia Leopoldo Villar Borda Lucy Nieto De Samper Luis Noé Ochoa Manuel Guzman Hennessey Manuel Rodríguez Becerra María Emma Mejía María Jimena Duzán Mario Morales Mauricio García Villegas Mauricio Laurens Mauricio Lloreda Mauricio Pombo Miguel Silva Natalia Springer Olga L. Gonzalez Oscar Acevedo Óscar Collazos Óscar Domínguez Otros columnistas Pedro Medellín Torres Poncho Rentería Rafael Pardo Rueda Rodrigo Rivera Rudolf Hommes Salud Hernández-Mora Saúl Hernández Sergio Muñoz Bata Víctor Manuel Ruiz Ximena Gutiérrez Yolanda Reyes Información relacionada La larga mano de los asesinos llegará algún día. No la desestimo. Ni la temo.


La historia es muy simple. El Ejército dio de baja a varios guerrilleros y les encontraron uncomputador y en el computador un largo documento en el que la comandancia de las Farc dice que debo morir, agrega el por qué y el para qué y, por supuesto, dedica largas páginas a la manera como ejecutará esa sentencia.

"... siempre ha estado del lado de los intereses del capital y en contra de los del Estado y el pueblo." "... luego de su paso por el Ministerio del Interior dio a conocer sus verdaderos intereses y se convirtió en un enemigo abierto del pueblo y de las diferentes organizaciones populares y en especial de su ejército Farc-EP." "... se ha refugiado en un programa radial llamado La hora de la verdad, en la emisora Radio Súper, desde donde hace señalamientos impone posiciones absurdas contra el pueblo... manipulando la opinión pública, en definitiva haciendo su posición como palabra santa y siempre en contra del pueblo y las diferentes expresiones populares como la armada." "... es un representante de los gremios y de la clase dirigente".

La causa eficiente, se ve, es muy clara. La enemistad con los ejércitos populares que masacran, asaltan, secuestran, incendian, siembran minas y negocian cocaína es suficiente motivo para llevar al cadalso a quien la practica.

También es explícita la causa final que se propone: "... con esta acción le mostraremos al pueblo que su ejército está en pie de lucha y siempre reivindicaremos sus derechos y castigaremos a sus enemigos".

Tan alta finalidad, qué duda cabe, explica el itinerario sangriento de estos asesinos sobre la piel lacerada de Colombia.

No podía faltar la sentencia, inapelable e irredimible: "... y se ve la imperiosa necesidad de ajusticiarlo...". (Toda la cita es textual, por supuesto.)

Lo demás del documento no vale para comentarlo. Porque es la larga y tediosa narración de todos mis movimientos y los de mi escolta, expuestos por segundos y con tan primoroso detalle, que deja a las claras el tratamiento profesional de la materia. A los muertos en Colombia les queda la seguridad de que no han sido chambones sus verdugos.

Debo confesar que, obligado por las Farc y no por los ascetas que con tanta insistencia lo recomiendan, he tenido que hacer el ejercicio de presenciar mi propia muerte. Y he descubierto en ese proceso cosas tan maravillosas como jamás pensé encontrar. La primera, que la fe en Dios hace al hombre invulnerable al miedo y hasta insensible al dolor de la despedida. Es tan poco lo que dejo y tanto lo que espero, que siento defraudar a mis asesinos.

Porque ni les temo ni los odio y esa forma de desprecio será el más duro castigo para su iniquidad. He descubierto también que no hay nada en el universo que se parezca al amor. El que he sentido de los míos, de mis amigos y de gente que nunca conocí, no solo es consuelo suficiente sino premio inmerecido. He comprendido, igualmente, que la plena conciencia del deber y la justicia vuelve al hombre inútil para la fuga y aun para la súplica.

Tengo la esperanza de que al quedarme evitaré el destierro de muchos otros. Que al no silenciarme cobarde reemplazaré muchas voces que se apagan en silencios inútiles. Y que al prometerme la continuación de esta batalla hasta que Dios se sirva darme vida, no solo la dignificaré ante el mundo, sino que tal vez logre economizarla para otros. Así que no me derrota la condena, ni me ofende el tenaz silencio de los que la conocen y, conociéndola, callan. ¿Qué importa un muerto de lo que llaman la derecha?

Yo también le dejo a mi patria mis cenizas. Y a mi mujer, a mis hijos, a mi familia entera, a mis amigos y a quienes oren por mí, amor infinito. No tengo otra cosa. Pero sé que no es poco.


Fernando Londoño Hoyos