martes, agosto 2

TOMADO DE ELTIEMPO.COM

POR DENISE DRESSER *
UNIDOS POR EL DERECHO AL VOTO, PERO DIVIDIDOS POR LA POBREZA
La democracia disfuncional de América Latina (Agosto 01 de 2005)
En América Latina, mucha gente vive con las manos extendidas.
Los gobiernos paternalistas acostumbran a sus pueblos a recibir apenas lo suficiente para sobrevivir, en lugar de participar en la sociedad. Los políticos que alguna vez Octavio Paz llamara los “ogros filantrópicos” crean clientes en vez de ciudadanos, pueblos que esperan en lugar de exigir.América Latina cojea a un costado porque no puede correr decididamente hacia adelante. De partida, hay demasiadas barreras para los pobres, los innovadores y quienes no tienen acceso al crédito. Existen demasiados muros erigidos contra la movilidad social, la competencia y la equidad en la política y los negocios.Como resultado, aunque los latinoamericanos pueden votar en un ambiente más democrático, no pueden competir en un mundo globalizado. Los estándares de vida han caído, los ingresos se han estancado y se ha perdido la fe. La gente marcha por las calles de Bolivia. O cree las promesas del presidente populista Hugo Chávez en Venezuela. O piensa en un retorno al pasado unipartidista en México. O ansía un “que se vayan todos”, como hoy parece estar arraigándose en Brasil.La región es más democrática y desigual que hace diez años. Unidos por el derecho al voto, los latinoamericanos siguen divididos por la pobreza. Las economías están organizadas de un modo que concentra la riqueza en pocas manos y a continuación le permite no pagar impuestos, privando a los gobiernos de los recursos para invertir en capital humano. Pocos gobiernos se han comprometido a hacer esta inversión. En su lugar, lo que el pueblo latinoamericano ha obtenido en la era democrática es un montón de obras públicas: puentes, carreteras y estructuras diseñadas para generar apoyo político de corto plazo.Esta democracia parece incapaz de desmantelar las viejas redes de clientelismo y sus tradicionales arreglos para compartir el poder. Las élites siguen resguardadas en vecindarios protegidos, dejando fuera a los pobres y sin incentivo para darles poder.Esto significa que amplios porcentajes de la población no terminan la secundaria, no tienen acceso a la universidad ni se convierten en ciudadanos con pleno ejercicio de sus derechos . Siguen al servicio de sistemas donde las relaciones personales importan más que las calificaciones y las habilidades, y en donde los puestos se asignan con base en la lealtad, no en el mérito. Las puertas se abren para los que tienen el apellido y los contactos correctos, y los contratos se adjudican con un guiño. Los monopolios estatales se venden a amigos que se convierten en multimillonarios, como el mexicano Carlos Slim.A pesar de los desórdenes en Bolivia y el avance de políticos populistas, América Latina no está a punto de sufrir un desastre económico. La región se mantiene en gran parte estable. Pero eso no es suficiente para hacer que la gente pase de una fábrica de tortillas a una compañía de software, para crear una clase media amplia y asegurar así movilidad social.La democracia puede estar funcionando lo suficientemente bien en términos de elecciones libres y justas. Pero otra cosa no lo está. La democracia disfuncional de América Latina es el resultado de un patrón de comportamiento político y económico que la condena al estancamiento, independientemente de quien gobierne. Tiene su raíz en reformas estructurales pospuestas o realizadas a medias, de privatizaciones que benefician a las élites pero perjudican a los consumidores.Esto ha dado sustento a un modelo que pone más valor en la extracción de recursos que en la educación y potenciación de la gente. Recursos abundantes, como el petróleo, son una maldición para la democracia en los países en desarrollo, ya que cuando un gobierno obtiene los ingresos que necesita mediante su venta, no siente necesidad de cobrar impuestos. Los gobiernos que no necesitan ampliar su base de contribuyentes tienen menos incentivos para responder a las necesidades de sus pueblos.De hecho, los gobiernos que se basan en el clientelismo en lugar de la plena ciudadanía no necesitan dar respuesta alguna. Producen democracias superficiales, donde las personas tienen voto pero no participan realmente en la toma de decisiones, en donde la riqueza está cada vez más concentrada y la brecha en los ingresos es más difícil de cerrar.Peor aún, tales gobiernos, ya sea autoritarios o nominalmente democráticos, convierten a sus ciudadanos en destinatarios de dádivas, en lugar de participantes. Crean gente que vive con las manos extendidas y no con las manos alzadas.* Profesora de ciencias políticas en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM)