Manuel Cepeda Vargas: crónica de un crimen y noticia de un perdón
con material tomado de eltiempo.com
El pasado martes 9 de agosto se cumplieron 17 años del asesinato del dirigente de la UP.
Eran los años 50 y el papá de Manuel Cepeda Vargas reunió a la familia, en su casa de Popayán, y les dijo:
-Les tengo una noticia: Manuel es comunista.
-¿Eso es malo? -le preguntó Stella, otra de sus hijas.
-No sé si es malo, pero es peligroso.
El pasado martes 9 de agosto se cumplieron 17 años del asesinato del abogado y político de la Unión Patriótica Manuel Cepeda Vargas. La fecha coincidió con un hecho histórico: el Estado colombiano, por primera vez y en cumplimiento de una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, pidió perdón público por este crimen.
"La ejecución del senador Cepeda fue cometida en el contexto de violencia generalizada contra miembros de la Unión Patriótica, por acción u omisión de funcionarios públicos", dijo el ministro del Interior, Germán Vargas Lleras, durante el acto realizado ante el Congreso en pleno y en presencia de la familia del dirigente.
"Acepto esta petición solemne de perdón", respondió su hijo Iván Cepeda Castro, representante por el Polo Democrático y quien veía así cerrar el ciclo de una lucha, iniciada en 1994, por esclarecer la muerte de su padre.
Iván y María, los dos hijos de Manuel Cepeda y Yira Castro, nacieron con olor a política en casa. Tanto su papá como su mamá eran miembros activos del Partido Comunista y figuras reconocidas dentro de su militancia. Sin embargo, recuerda Iván, nunca recibieron una presión de su parte para que tomaran el mismo camino. Al contrario: muy pronto papá y mamá se dieron cuenta de que obligarlos podía conducir al fracaso. Iván no era de los que cambiaban la transmisión de un juego de fútbol por asistir a la instalación de un congreso del Partido, por ejemplo.
"Nuestra relación fue siempre de mucho afecto. En casa se acudía al argumento, no al castigo", dice Iván, en su oficina del cuarto piso del Edificio del Congreso. Es miércoles y acaba de terminar sesión de la Comisión Segunda, a la que pertenece. La misma de la que formó parte su papá. Una coincidencia, dice el hijo.
Los primeros recuerdos de Iván Cepeda lo llevan a la presencia de gente extraña en su casa, rebuscando, indagando, gritando. Su papá, después de ser secretario de la Juventud Comunista, había adquirido un lugar en el comité central del Partido Comunista y era el director de Voz, su medio de comunicación, tarea que le dio visibilidad y al mismo tiempo le generó ser vigilado de cerca. "Entre los documentos que le anexamos a la Comisión Interamericana hay cartas de mi padre en las que le pedía al Gobierno que no censurara el periódico", cuenta Iván. Recuerda que él le contaba que, en los 70, como si fuera parte de la redacción, se sentaba un censor del Gobierno que decidía qué publicar y qué no. "Este número está censurado", ponía, como cintilla, en los ejemplares reprobados.
Cuando Iván tenía un año, en 1963, Manuel Cepeda fue encarcelado por un delito típico de la Guerra Fría: "agitador comunista". Había escrito un reportaje relacionado con el bombardeo de Marquetalia. Pasó un año en La Modelo, tiempo en el que explotó otro de sus intereses: el arte. Empezó a pintar y escribir versos -sin pensar nunca en publicarlos- desde su juventud, en el Cauca, junto a amigos como Édgar Negret y Álvaro Pío Valencia (hermano del fallecido ex presidente conservador Guillermo León), quien ejerció una importante influencia ideológica en él.
Manuel parecía un hombre en una época equivocada. Así lo describe su hermana Stella. En la sociedad conservadora de mitad del siglo pasado, clasista, racista, creció en una casa formada por un padre blanco, notario, y una mujer afrodescendiente que, rompiendo los esquemas de su tiempo, creó su empresa: Fotos Vargas. De ahí venía su espíritu.
Nos creímos inmortales, pero sopló el viento, fue uno de los versos que Manuel dedicó a su esposa, la madre de Iván, que murió en 1981 de un tumor cerebral. "Fue muy doloroso para él. No solo era su compañera en lo afectivo, sino en lo político y en lo profesional", dice Iván. Su papá quiso protegerlo a él y a su hermana y los mantuvo alejados del proceso de deterioro de su madre. Eran adolescentes, pero sabían que vivían algo definitivo.
Por esos años, la política ya había entrado en el alma de Iván Cepeda Castro por un episodio que marcó a muchos de su generación: el golpe militar contra el presidente chileno Salvador Allende. "Creo que la convicción política surge de una sensibilidad -dice-. El dolor de los otros, en este caso, fue determinante para mí". Ingresó a la Juventud Comunista (Juco), donde tuvo que hacer un trabajo desde abajo, con la presión de no ser visto como "el hijo del dirigente del Partido". Si bien Cepeda Vargas mantenía un perfil bajo, era una figura determinante dentro de la izquierda. Esto lo sabía Iván, que, sin embargo, no tenía reparos a la hora de marcar diferencias con su padre.
"Cuando viajé a estudiar a Bulgaria, presencié la realidad de su régimen y presentí lo que iba a suceder después en esos países, lo que al final pasó con la caída del Muro de Berlín". Cepeda percibió un régimen asfixiante, de poca libertad y mucha insatisfacción. Lo habló con su papá y fue motivo de debates. Pero esto no los distanció: "Al contrario. Estaba orgulloso de ver que no había sido en vano la decisión de incentivarnos a ser autónomos".
La muerte de su padre estaba en el aire. Su familia le insistió en que se exiliara, pero él ya había vivido el exilio y no lo iba a repetir.
Pocas semanas antes, Manuel viajó a Atenas a saludar a su hija y a su nieta, o, más bien, a despedirse. El 9 de agosto del 94, camino al Senado, las balas lo esperaban. Un año atrás había advertido, en ese recinto, que militares en comunión con paramilitares lo iban a matar.
Lo primero que hizo Iván ese día fue confirmar que su papá estaba muerto. Lo segundo fue avisarle a la familia. Lo tercero: denunciar ante los medios de comunicación, casi con nombre propio, a quienes consideraba los asesinos. En ese momento, con 32 años, terminaba un doctorado de Filosofía en la Javeriana y dictaba clases. Ambas cosas las abandonó. "La academia no era compatible con lo que vendría después", dice.
Lo que vino fue un trabajo dedicado a esclarecer la muerte de su papá. Sin rabia, sin rencor, pero con indignación. Muy pronto se dio cuenta de que la investigación en manos de la Fiscalía no iría para ningún lado (sobre todo cuando, un año después, llegó a casa una citación a Manuel Cepeda para que asistiera a un proceso como testigo, como si siguiera vivo). Se unió a más víctimas y le dio vida al proyecto 'Colombia nunca más', que se propuso documentar casos de impunidad no en tono de discurso genérico, sino con rostros particulares. En poco tiempo sumaron 34.000 casos, reconstruidos desde la voz de las víctimas.
Al mismo tiempo, el grupo se volcó a investigar el asesinato de Cepeda. Reconstruyeron la escena del crimen, preguntaron aquí, allá, hasta que apareció un testigo mediante el cual se desarrolló el proceso contra los dos miembros del Ejército que fueron condenados. Mientras se agotaban las instancias de la justicia en el país, se adelantó el proceso internacional, que culminó con la decisión de la Corte Interamericana. Pasaron varios meses antes de que su mandato de solicitud de perdón se hiciera realidad, por cuenta de lo que Iván Cepeda resume como la "tormenta Uribe": sus discusiones con el ex presidente Álvaro Uribe. "Él usó la orden de la Corte para acabar de agraviarnos", dice. Hace menos de un mes, en un 'trino', Uribe lo definía como 'sicario moral'. "Sí supe. Pero no entiendo lo que quiere decir con eso", acota.
Hoy Cepeda quiere centrarse en su trabajo. En sus debates sobre el tema de su interés: los derechos humanos. Es un tipo tranquilo, separado, sin hijos, que contesta siempre el teléfono y no se niega a una conversación. Seguramente sabe que ese teléfono puede haber sido chuzado, seguramente sabe que su vida puede estar en riesgo, pero no piensa en eso. "No tengo miedo de ser presionado. No creo que encuentren la manera de obligarme a callar". Sonríe. Lo que vivió el martes en el Congreso le permitió reconciliarse consigo mismo.